La labor del Psicoterapeuta | Que hace un psicólogo

 
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Los padres tienen una idea acerca de cómo les gustaría que fuera su hijo, incluso antes de nacer, colocan a ese niño en un lugar en su pensamiento. También tienen un proyecto, una idea, una imagen del niño que desean y que vendrá. Poseen unas expectativas, las cuales, se verán o no cumplidas a medida que pasa el tiempo. 

Para que ese niño se desarrolle adecuadamente es importante atender a sus necesidades, y que tenga la oportunidad de crecer siendo él mismo, desarrollando su personalidad, única e irrepetible.

En la sociedad actual este objetivo es difícil de alcanzar, uno de los problemas infantiles con que nos encontramos los psicólogos tiene que ver con ello, la sociedad actual crea niños autómatas, dirigidos, sus vidas están tan programadas, que desconocen sus deseos, intereses y gustos. Viven desorientados, no encuentran sentido a la vida.

Hay niños que cuando llegan a la adolescencia, tienen que gritar muy fuerte para poder diferenciarse y ser ellos mismos, es entonces cuando suelen preocuparse los padres de que algo está sucediendo.

Es labor del terapeuta, escuchar, observar, estudiar y entender este tipo de cuestiones, acompañando a la familia, de manera activa, sin juzgar y reflexionando conjuntamente, siempre desde la consideración de que cada ser humano es peculiar, único e irrepetible.

Cuando que el niño nace, sus padres le cuidan y se hacen cargo de él. Le servirán de sostén, y andamiaje, para que crezca de manera segura y efectiva, ello dará lugar a una dinámica, un intercambio en el día a día, que le permitirá desarrollarse y crecer.

A través de este vínculo con sus padres y hermanos y con los objetos que le rodean, el niño   irá entendiendo poco a poco el mundo físico, social y emocional, aprenderá a gestionarlo, haciéndolo suyo e integrándolo.

En las primeras relaciones afectivas familiares, surgirán emociones y sentimientos muy intensos, el amor, el odio, la alegría, la tristeza, la ira, la rabia, la envidia, los celos, la angustia, el miedo, …. El mundo de los niños girará en torno a la relación con sus padres.

Algunas de las reacciones emocionales de los niños, serán ajustadas a la situación y al momento evolutivo en que se encuentra, y deberá ir poco a poco aprendiendo a manejarlas, para poder dar una respuesta a lo que la realidad y la sociedad con sus normas exigen.

De la dinámica, y el intercambio en el día a día surgirá un modelo propio de comprensión del mundo emocional, y a la par, acompañando y facilitando su desarrollo cognitivo, social y físico, se irán desarrollando, poco a poco, su cerebro, su sistema nervioso y su cuerpo, y lo hará a un ritmo peculiar y progresivo. Además, se irá formando una imagen de sí mismo, donde será determinante la mirada de sus padres, hermanos y compañeros.

A veces sucederá, que la realidad excede la capacidad del niño para asimilarla, para comprenderla, o quizás el niño la entenderá a su forma.

Por ejemplo, un padre vuelve triste, serio y cansado del trabajo, pues ha tenido una fuerte discusión con su jefe. El niño de seis años estará un poco más preparado entender que algo, que no tiene que ver con él y que desconoce que ha sucedido, hace que su papá esté enfadado y triste, sin embargo, el niño de cuatro años, no es capaz de explicarse a sí mismo que algo ha sucedido más allá de su propia realidad.

El niño es muy hábil en el lenguaje no verbal, entiende muy bien los gestos, expresión, tono, captará al vuelo el contenido del mensaje, pero quizás no esté preparado para entender de forma correcta la información que va más allá de la situación concreta, dando lugar a errores en la interpretación de la misma.

El suceso que he planteado es simple, pero en la dinámica del día a día de las familias suceden muchas cosas, no siempre fáciles de entender para el niño y en donde los mensajes, la información no siempre es clara y coherente.  Donde el lenguaje verbal y no verbal, no siempre se corresponden, su realidad contiene mensajes, que el niño entiende a su manera.

En la familia, aquello que no se cuenta y es importante, contiene también un mensaje para el niño, el cual, si está incompleto, el niño entenderá y completará a su manera.

Esto mismo sucede con las imágenes y mensajes que el niño recibe de la televisión, las nuevas tecnologías, ¿está preparado el niño para entender todo lo que ve y escucha?

Estas situaciones pueden causar mucho malestar, y manifestarse en los niños de muchas formas, síntomas en el sueño, la alimentación, la atención, el comportamiento o el control de esfínteres, el desarrollo del lenguaje, la relación con sus iguales y el aprendizaje escolar

La labor del psicólogo infantil consiste en comprender que ésta sucediendo, escuchar, estudiar y observar, hilar fino, no solo entendiendo lo que pasa en la familia, sino captando y profundizando en cómo el niño lo vive y lo entiende.  Tiene que ayudar a la familia a pensar, e interpretar lo que ocurre, respetando, el ritmo de las personas para entenderlo. Sin sobrepasar la capacidad de las mismas para responder a las circunstancias.

A veces el niño presencia escenas traumáticas, se le trata injustamente o surgen sucesos muy dolorosos en la vida de los padres, que complican y dificultan el cuidado de los hijos. La propia historia de los padres y de la familia, influye en el cuidado de los hijos, para bien y para mal.

Son siempre cuestiones muy delicadas de la vida de las personas, donde la sensibilidad del terapeuta debe funcionar como un radar, para conectar con el sufrimiento y el dolor, sin juzgar, abordando la situación, con el cuidado que se requiere y respetando el ritmo de cada uno para aceptarlas y asimilarlas.

La incorporación al mundo escolar y la relación con los iguales, abre paso a un nuevo mundo, cada vez más amplio y alejado de la protección familiar, donde el niño irá experimentando y continuará creciendo, contando ya con los aprendizajes básicos, de los que hemos hablado, que le permitirán estar preparado para afrontarlo, de una manera más o menos satisfactoria.

En este nuevo espacio, surgirán nuevas cuestiones más o menos angustiosas o traumáticas, que el niño superará o no, de nuevo, el terapeuta funcionará como observador externo, tratando de acompañar, a la persona en este proceso.

Un diagnóstico sobre, el trastorno específico que presenta en niño, por ejemplo trastorno por déficit de atención y o impulsividad, trastorno de apego reactivo, del control de impulsos, trastornos del neurodesarrollo…, cierto es, se corresponde con la sintomatología que presenta el niño. Si profundizamos, vemos que cada niño es único e irrepetible, que su interior es de una riqueza incomparable a la de cualquier otro ser humano y aparece muy conectada a su experiencia de vida y su propia realidad, sus deseos, preocupaciones en inquietudes, los psicólogos infantiles debemos conocer e interpretar mediante una escucha atenta.

Cuando hablamos de niños y de adolescentes, no podemos olvidar nunca que están en proceso de desarrollo y de cambio, su personalidad no está determinada, sino muy al contrario es dinámica.  Diagnosticar un trastorno, solo indica que algo ocurre, quizás se deba tratar de una manera específica, pero no está determinado, ni es invariable, requiere profundizar en ello, e ir más allá de la etiqueta que se le impone, evitando que ésta actúe como una marca que lo clasifique.

El terapeuta tiene que establecer una relación con el niño, que le permita conectar con su dolor, y ayudarle poco a poco. Para ello ha de conocer muy bien el desarrollo evolutivo y aquellos problemas que son característicos de la edad en que se encuentra el niño, y los que no lo, son.

El terapeuta debe utilizar técnicas que le permitan establecer esa conexión, y entablar una relación que le permita comunicarse con el niño, entender sus deseos, sus inquietudes, sus miedos, el dibujo, el juego, la música, son elementos que permiten realizar ese encuentro y canalizar la labor terapéutica a través de estos instrumentos

Hay que acudir a la forma natural que tiene el niño de expresar sus deseos, de crear, el juego le sirve al niño para desahogarse, elaborar y mostrar simbólicamente aquello que ocupa su pensamiento. Interactuar con el niño utilizando sus propios recursos.