Consecuencias del abandono en niños adoptados
Ana llegó a España a los tres años de edad, hasta entonces, vivió en un orfanato en Ucrania, no tenemos mucha información sobre su historia de vida. Lo único que sabemos es que nunca había salido de la institución donde vivía y fue abandonada al nacer.
Cuando llegó a España, se encontró en una situación, en la que no conocía el mundo al que había llegado, desconocía el idioma, no había visto nunca un coche, ni edificios, ni a tantas personas. Iba por la calle alocada, acelerada, no hubiera sido difícil perderla de vista, parecía no tener ningún miedo.
La primera vez que la vi, se columpiaba con tanta fuerza que terminó cayéndose hacia atrás, dándose un fuerte golpe en la cabeza, y cuando su madre acudió a consolarla, recibió por respuesta un empujón y posteriormente acudió a sentarse de nuevo en el columpio y balancearse, como si nada hubiera sucedido.
Más tarde pasaba por el parque donde nos encontrábamos, un niño montado en una bicicleta (con cuatro ruedas), acompañado por su abuelo, pararon en el parque, el desmontó de la bici. Rápidamente, sin que ni su madre ni yo tuviéramos tiempo para reaccionar, Ana bajó del columpio, se subió en la bicicleta y salió calle abajo, a toda velocidad. Finalmente, alcanzamos la bicicleta, afortunadamente a tiempo.
Ana era un superviviente, en su entorno anterior, había aprendido estrategias útiles para poder sobrevivir en un entorno hostil, y parecía haber tenido éxito, era una niña de complexión fuerte, que se abría paso a empujones.
Empujones que ahora daba a su madre en este nuevo y diferente entorno.
No conocer el castellano, aumentaba sus dificultades, por el momento no podía expresarse de forma eficaz, a excepción de unas pocas palabras, tampoco entendía los mensajes con claridad,era imposible apoyarse en el lenguaje. Este hecho supuso para ella un estrés añadido, la sumergía en un mundo incierto. Entonces, el lenguaje no verbal, resultó ser indispensable.
Susana, su madre, decidió adoptarla en solitario, estaba desesperada, se sentía incapaz de educar a esa niña. Parecía derrotada. Tanta ilusión, tanto tiempo de espera y ahora esto. Esta experiencia no tenía nada que ver con lo que se había imaginado.
Le habían explicado muchas de las dificultades que podían surgir, pero sus ganas de ser madre eran tan enormes, que pensó que este deseo podría con todo.
El mundo social que la rodeaba, familia, profesores, amigos, sin quererlo reforzaban su malestar. Poca gente parecía acompañarla y entender por lo que estaba pasando, parecían subestimar la complejidad de la situación. Susana cada vez se encontraba más sola.
Pero,¿qué le pasa a Ana?:
Se desconoce su pasado,podemos suponer que, hasta los tres años vivió en un mundo que no ofreció suficiente contacto personal, falto de estímulos, donde si algún día lloró desesperadamente, como suele suceder con los bebés, nadie respondió a su llamada, ahogando finalmente las lágrimas, pero no su malestar. Ello explicaría probablemente, la ausencia de lágrimas al golpearse.
Parecía insensible al dolor, probablemente sufrió en solitario un dolor mayor. En apariencia Ana, parecía no tener sensibilidad al dolor, es como si se hubiera creado a su alrededor una corteza dura y difícil de traspasar, y mucho menos a través del afecto. Recordemos que su actitud hacia Susana en ese momento era de rechazo.
Parece que Ana no entendía qué significaba tener una madre buena, que te protege, te cuida y te quiere, o parecía no interesarle esa opción.
Evidentemente, no sabemos qué ha pasado en su vida anterior, pero... si seguimos a Jorge Barudy, este, con gran maestría nos dice que cuando las crías humanas no reciben la atención que necesitan, los sistemas cerebrales de la experiencia placentera de la vinculación afectiva dejan de funcionar.
La consecuencia de esto, a corto plazo, es que son niños y niñas que sufren intensamente y cuyo dolor se les almacena en memorias traumáticas en el cerebro emocional. Estas memorias, organizan sus comportamientos, sobre todo aquellos que tienen que ver con la relación con los demás.
Evidentemente, Ana había aprendido a organizar su comportamiento de una forma concreta y, de acuerdo con ello, el mundo nuevo en el que se encontraba, iba a ser analizado por Ana,e indudablemente había que interpretarlo desde esa perspectiva. Su forma de actuar era poco acertada en el nuevo ambiente, pero adaptativa respecto de su vida anterior, todo ello hace intuir que algo falló al atender a sus necesidades infantiles.
¿Por qué Ana querría ir a buscar el apoyo de Susana si esto no es lo que ella había experimentado hasta ahora? Ana no ve a su madre, ni actúa como lo haría cualquier niño porque no ha experimentado el intercambio armonioso emocional que sucede en los primeros años de vida, en el peor de los casos su experiencia emocional habrá sido traumática.
Si tenemos en cuenta este aspecto, es mucho más fácil comprender la conducta que manifiesta Ana y nos ayudará a percibir la situación de forma más cercana a lo que pudo ser su realidad.
Si captamos esta idea, entendemos que Ana tendrá que aprender que significa la experiencia de tener una madre que te cuida.
¿Cómo puede Susana ayudar a Ana, a confiar y relacionarse con ella?
Se necesita una férrea voluntad y muchísima paciencia y como Susana, un fuerte deseo de ser madre, confiando ella misma en su proyecto. Es necesario pensar que las personas tardan tiempo en conocerse y entenderse.
Ana necesitará tener experiencias de cuidado, afecto y comprensión, en su día a día y aprender nuevas formas de relacionarse, diferentes a las vividas hasta el momento, las cuales ya dejaron una marca en su experiencia que habitualmente llamamos mochila y que ni siquiera ella, conecta con su contenido, . Su experiencia emocional aparece desconectada de la palabra, pero no por ello es menos real.
La alegría de interactuar jugando y riendo, siendo niña, pasando todo el tiempo que sea necesario con ella, conociéndola y observándola, logrando la cercanía que se necesita, poco a poco y sutilmente, respetando sus ritmos, es el mejor regalo que podemos ofrecerle. Siempre bajo el poder de la aceptación incondicional.
Ana necesitará reducir el estrés ambiental, ayudará ofrecerle un ambiente tranquilo, repetitivo, simple y planificado. Recordemos que Ana ha pasado de forma casi repentina de una situación en la que faltaban estímulos a otra que, aunque para nosotros es normal, pero para ella supone un exceso de estímulo que probablemente le sobrepase.
Esto mismo suele suceder con la alimentación, este aspecto nos puede servir de ejemplo claro aplicable a otras conductas, el niño prácticamente no ha probado sabores distintos, se ha desarrollado en la monotonía, casi no sabe masticar, y seguramente haya pasado hambre y, de repente, le sometemos a la experiencia de gran cantidad de olores y sabores diferentes, ¿Qué efectos produce esto a nivel orgánico? Habrá que enseñarle a masticar cada bocado, e ir conociendo y ampliando poco a poco los distintos alimentos, sus olores y sabores. Respetando su ritmo.
El ritmo del niño o la niña, es fundamental en su proceso, y habrá de servirnos de guía en todas las áreas, en el terreno afectivo también, no podemos forzar la situación, especialmente, cuando de entrada, muestra una actitud distante hacia nosotros.
El juego, el contacto, las rutinas repetitivas, organizan; ofrecen unas coordenadas estables. Le ayudarán a ir avanzando en esta experiencia, totalmente nueva para ella.
Habrá que estar atentos, porque, de entrada, Ana no muestra sus emociones y parece insensible a la adversidad, sin embargo, avanzar en este aspecto, supondrá regresar a los inicios, tiene que volver a experimentar las relaciones afectivas, partiendo no de cero, sino de menos tres. Es una dura corteza que hay que atravesar hasta llegar, algún día, a la gran fragilidad que existe en su interior.
En cuanto a las exigencias conductuales, es importante poner límites, enseñarle poco a poco lo que se puede y lo que no se puede. Pero inicialmente hay que ir a lo importante: tratar de que la niña pueda seguir unas rutinas estables que le proporcione referencias claras y no permitir que experimente con aquello que suponga un riesgo y pueda hacerse daño. Las normas habrá que añadirlas poco a poco, según sus posibilidades.
Se trata de ir logrando pequeños progresos poco a poco, en la emocionante experiencia de compartir la vida con Ana, la cual, siempre sorprenderá. Mostrándole, poco a poco otra manera, de vivir, manteniendo también un punto emocional de referencia y una actitud diferente a la de la niña. Mostrando la determinación y la aceptación incondicional que ésta necesita.
El progreso, nunca será lineal, es abrupto, con altibajos y regresos a situaciones que parecían ya superadas. Hay que mirar hacia atrás, y relativizar, ver de donde partimos el primer día y que punto hemos alcanzado.
Resulta reconfortante encontrar personas con las que hablar regularmente, poder compartir experiencias, sentirse escuchados, tener apoyos externos en una situación tan difícil como la que aquí se describe.
No sentirse juzgados, ni cuestionados como padres, proporciona un gran alivio.